martes, 23 de noviembre de 2010

Capitulo V (Bajo un cielo estrellado)

"El reencuentro"

Xavier estaba de pie ante la ventana, sosteniendo la carta de Emilia entre sus dedos, su otra mano estaba apoyada contra el vidrio, presionando muy fuerte. Hace una semana que no se veían en persona, pero allí estaba la carta, releida una y otra vez.

"¿Qué estoy haciendo?" se preguntaba "¿Qué coño estoy haciendo?"

Con los ojos vidriosos observó la ciudad, la tarde moría tan temprano en otoño, pero las luces de la calle y de los edificios no permitían que la oscuridad reinara "Así como Emilia no permite que el tiempo le haga olvidar su amor".

El departamento quedó en penumbra, y la silueta de Xavier se destacaba contra la ventana, las sombras de la habitación fueron las únicas que lo vieron estremecerse por el llanto, encogerse en el piso sosteniendo la carta contra su pecho.

Pasos, Emilia pedía dar un paso a la vez, un paso a la vez, nada más, pero Xavier se consumía lentamente por el miedo. Encogido como un niño pequeño asustado, trataba de darle sentido práctico a las palabras de la chica "Diez años es mucho tiempo", toda una vida, se podría decir.

Se levantó de un salto, tenía por fin una luz al final del tunel, había alguien que podría guíar sus pasos, la única persona a la que en verdad debía temer, pero que a la vez era la única a la que podía confiarle su dolor.

Buscó en su maleta, cuando dio por fin con una libreta de notas empezó a voltear las páginas desesperadamente, como si no supiera donde hallar su respuesta. Un nombre destacado con color, un número de teléfono, una dirección. Salió del departamento como un rayo.

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-Pedro- le llamó

El hombre se volvió para ver quien lo llamaba, llevaba un traje gris que parecía decir "estoy apurado", pero su corbata naranja, desentonando a propósito era una invitación a la risa, así como sus ojos vivaces y su pelo, aunque corto, alborotado.

-¿Si?- preguntó, con una semi-sonrisa

-Soy yo, Xavier, ¿es que ya no te acuerdas de mi, tío?- sonrió el español, poniendo los brazos en jarra.

Los ojos de Pedro se abrieron como platos, su boca se abrió ligeramente, se acercó a Xavier, y sin pensarlo dos veces lo atrapó entre sus brazos, le sacaba más de una cabeza en estatura.

El abrazo de Pedro llenó de confianza al tribulado hombre, se sintió seguro en brazos de su viejo amigo -¡Cómo has crecido, chaval!- rio.

El del traje gris estaba extasiado, -no todos los días vuelven los muertos a la vida- le contestó.

-No, no todos los días ocurren milagros como estos- susurró Xavier -y... ¡ya suéltame, joder!- bromeó tratando de zafarse del apretón.

-Es que estoy perplejo, perplejísimo, ¿Cuándo volviste? ¿Emi lo sabe? Deberías ir a verla, no, no, no, en una de esas te hace pedazos por irte tanto tiempo, ya sabes que se pone peligrosa si tiene rabia...- soltó como un chorro de agua el del traje gris.

Xavier estaba maravillado por lo distintos que eran los hermanos Barra, la chica, Emilia, era reservada y temperamental. En cambio, Pedro, el mayor, era jovial y suave, siempre abierto a oir las quejas de los demás, siempre dispuesto a recibirlo con los brazos abiertos.

-No sabes cuanto te exrañé- sonrió Pedro.

El español, sonrojado, giró la cara y miró hacia un pequeño cafe al final de la calle.

martes, 9 de noviembre de 2010

Dos años de un diario

Cerré el diario de vida que llevé durante dos años, donde anotaba mis emociones y pensamientos sobre una persona en especial, ya que por eso lo inicié; todo aquello que nunca pude decirle a la cara lo puse por escrito.

Me pasaba horas enteras divagando como amarlo más o como amarlo menos, pero cada día veía crecer mis sentimientos aunque nunca hubiésemos cruzado palabra y me daba miedo ¿Lo que amaba era real o era sólo una ensoñación?

Él era un ser lejano y ajeno, que se acercó a mi un día a pedirme una tarea de la escuela, yo se la presté como siempre le presto a los demás lo que me piden, pero ya no pude dejar de mirarlo, de seguir sus movimientos asustada.

Lo amé durante más tiempo del permitido para las ensoñaciones, lo amé más allá de mi propia cordura, lo amé como no se cree que puede amar una adolescente. Pero no le dije nada... Le escribía cartas que nunca le entregué, me confesaba en sueños, lo besaba en la brisa que me revolvía el pelo. Y lo moldeé a mi propio gusto y necesidad.

Y página a página rellené un diario de vida, con las aventuras que nunca vivimos, con los besos que no nos dimos, con el amor que no cultivamos, con las películas que no vimos, con los paseos de la mano que no dimos. Con los poemas bien escritos que alababan el color de sus ojos, la forma de su boca, el brillo de su pelo, y los mal escritos que lo recriminaban por no amarme con la misma intensidad con la que yo lo amaba. Y terminé odiándolo.

Esas peleas que anoté en el diario, esos salvajes arrebatos donde lo culpaba de todas mis desdichas, de no ser bonita, porque a sus ojos no lo era, de no tener valor de discutirlo cara a cara, de no tener la fuerza para soportar su rechazo, de no ser como las heroínas de las historias que leía, las cuales tenían el coraje para enfrentarse a sus demonios, y vencerlos. Lo culpaba por no hacer, y por hacer también.

Y cuando hace unos días me dijo que le gustaba... Me di cuenta de que no era guapo, no era inteligente, no tenía sentido del humor, y que me había pasado dos años de mi vida amando a un desconocido que ahora que ya lo conocía, no me gustaba para nada.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Mi lluvia...

Cuando era una niña jugaba en los charcos de agua, saltaba sobre ellos hasta empaparme por completo, y no me importaba, ya que no me enfermo en invierno. Me pasaba todos esos días en que el cielo estaba cargado de nubes negras jugando con mis compañeros de clase, el primero en mojarse el uniforme perdía, pero no importaba, todos terminábamos mojados hasta la ropa interior.

Pero esos años ya se quedaron atrás, ya no tengo tiempo de jugar en los charcos, ahora los esquivo, corro bajo la lluvia para guarecerme en cualquier lugar, y ya no miro al cielo mientras las gotas de lluvia caen por mi cara, miro siempre al suelo.

No dejo de preguntarme por qué ya no disfruto de estas cosas tan simples, por qué ahora todo tiene un resultado, antes hacía las cosas porque eran divertidas, porque la iba a pasar muy bien, porque nada importaba.

Fue un buen día de esos, en Noviembre, que dejé mis preocupaciones de lado, salí corriendo sin más que un delgado abrigo bajo la lluvia fuera de temporada, después de salir del trabajo, con una faringitis a medio terminar, con una plaza embellecida por las frías gotas que caían. Corrí hasta que se me agotó el aliento y me paré delante de un charco, no miré a ningún lado y salté encima, mientras el barro se fusionaba con mi ropa, con mis zapatos, con mi nueva forma de ver la vida.

De pronto escuché una carcajada, un chico bajo un paraguas negro me miraba sorprendido, se me acercó y dijo "No pensé jamás que saltarías al charco, te he estado mirando desde que te echaste a correr bajo la lluvia con una sonrisa en la cara".

Yo lo miré, manchada y mojada completamente, pero no le pude decir nada, aunque como no sentía verguenza sólo le sonreí. Me marché tranquila hasta el paradero de la micro, y cuando ya estaba arriba de la que me llevaría a mi casa pude ver por la ventana al chico parado aún cerca del charco, debía estar pensando aún en lanzarse o no.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El Principe Azul

El Principe Azul, ese que tenía que llegar montado en un caballo blanco, no llegó. Me dejó plantada esperando verlo aparecer. Me hizo un desaire, creo yo.

Pero no me quedé a esperarlo mucho, no estoy interesada en una relación de cuentos de hadas, y la verdad nunca la soñé, ni la deseé, pero, ¡Pero! Como buena niña ilusa, igual me imaginaba a un guapo caballero que se enamorara perdidamente de mi y me llevara lejos, si era al extranjero, mejor. Poco me importa hacer tramites de visas.

Mis motivos ulteriores con el susodicho príncipe se basaban principalmente en un arreglo intelectual, tú (Principe Azul) serías la estética de la relación, yo el cerebro, que no quepa duda. Si al fin y al cabo, hasta las mejores relaciones se avienen con la conveniencia de ambas partes.

Y al final que habría pasado con Don Príncipe, se habría puesto fofo y feo, esa es la verdad, y yo, también, para que andar con rodeos, fofa y más fea. Pero igual, con los recuerdos de los tiempos pasados que de por si fueron mejores basta.

¿Será por eso que no me arrepiento de no haber esperado más? Si al final, sea lindo o sea feo con los años se pondrá viejo de todas formas, y tanto el como yo terminaríamos dando pena en el primer asilo que nuestros hermosos e inteligentes retoños escogieran con "mucho amor" para nosotros.

martes, 2 de noviembre de 2010

Pierdes la cabeza

Mi pololo se quedó sin trabajo... Tiene 22 años, no quiere estudiar aún.

Tengo 21, peso 88 kilos, tengo resistencia a la insulina, me dió faringitis por segunda vez en el lapso de 3 semanas desde la anterior.

Todo me está haciendo perder el norte, y duele un poquito, pero cada vez que pienso que "pena mi vida", viene el comentario o el abrazo amigo que me alivia, que me dice "No te preocupes, porque todo estará bien".

Soy rarita, también, porque le hablo con cariño al hombre que arrastró mis sentimientos como un trapero sucio y destruyó mi inocencia. No lo puedo odiar, no siento odio. Quiero que sea feliz.

Pienso en tantas tonteras a la velocidad de la luz, que cada noche me cuesta bastante quedarme dormida porque me lleno de los pensamientos del día.

Pierdes la cabeza... Cuando piensas demasiado.

Pierdes la cabeza... Cuando las cosas no salen como esperabas.

Pierdes la cabeza... Cuando la persona que amas no actúa como tu quieres.

Pierdes la cabeza... Cuando te tropiezas por darle paso a las nuevas experiencias.

Y tú... ¿Pierdes la cabeza?