Había pasado una semana.
Se miró al espejo y se sonrió, no se reconocía a si misma
con el ojo hinchado y morado aún, su labio cortado y su pelo totalmente
estropeado.
Tenía el cuerpo cubierto de magulladuras, cortes en los
brazos, raspones en las rodillas. Las uñas de sus manos estaban todas quebradas,
y le dolían los dedos.
Se pasó la mano por la desastrada cabellera, donde antes una
hermosa cascada de pelo cubría sus hombros, hoy sólo jirones mal cortados se
enredaban en sus manos.
Caminó por la habitación en penumbras, todo allí estaba en
orden y sólo ella parecía estar fuera de lugar, “este ya no es mi hogar,”
pensó.
Mientras guardó reposo en el hospital no dejó que le
pusieran un espejo por delante, quería esperar a verse en la seguridad de su casa
antes de hacerlo. Pero no sentía seguridad en ese vacío inmenso.
Alguien llamó a la puerta. Con desconfianza se acercó y preguntó
-¿Quién es?-
-Soy tu hermana, loquilla- fue la contestación.
Abrió, y su hermana entró. Miró a todas partes sin
distinguir en ese cuarto falto de luz. Se acercó al interruptor y permitió que
la luz artificial inundara el espacio, aunque a espaldas de la dueña de casa la
oscuridad se escondía.
-Te ves mejor,- sonrió la recién llegada.
-Me siento mejor,- respondió, y logró percibir su voz
rasposa, aún le dolía la garganta.
-¿Ya vinieron a verte?- preguntó su hermana.
Ella entrecerró los ojos, dudosa, y se esforzó por recordar
la razón por la que alguien vendría a verla; que no fuera su hermana por
supuesto. -¿Quién viene?-
-La familia de “ÉL”,- recalcó la hermana.
De pronto, muchas
ideas se agolparon en su cabeza, y la chica se llevó las manos a la cara,
atravesada por el dolor.
Él, la palabra “Él”, su cabeza dio vueltas, y las imágenes
se agolparon en sus ojos, sin poder sacarlas de la niebla que las cubría. Él.
Quería gritar su nombre, pero su garganta se cerraba, y su boca se abría y
cerraba sin emitir más que gemidos dolorosos.
Su hermana se acercó a ella presurosa y la envolvió en sus
brazos fuertemente, la arrastró hacia un sillón, la chica se desvaneció en sus
brazos y cayó pesadamente.
Una semana había pasado desde que lo había perdido todo.
Tenía sólo 23 años, pero cargaba una relación de toda una vida con un hombre
maravilloso. Se conocían desde niños, y se habían amado con fuerza. Apenas
ambos cumplieron los 18 se fueron a vivir juntos, empezaron a planear su
futuro, pero ambos decidieron que debían estudiar y trabajar con ahínco para
que en el momento en que llegaran los hijos pudieran darles un futuro
brillante.
Él, era inteligente y terminó sus estudios rápidamente. Ella
soñadora y despistada, se inclinó por la literatura, pero le costó un poco más
terminar.
Una cálida noche de Noviembre, en la que ni el más mínimo
viento soplaba, habían salido a celebrar que ella había recibido la calificación
de su examen de grado. Todo había salido bien al fin.
Bebieron unos tragos en un pub cercano a su departamento, y
salieron de allí un poco “alegres”. Ella miró el parque infantil y quiso
columpiarse un rato, se sentaron y balancearon felices. Ella le decía entre risas “¡ahora nos vamos a
casar!”. Él trató de tomarle la mano, y cuando lo logró deslizó por su dedo
anular un anillo con un pequeño brillante.
No vieron al grupo de chicos que entró en el parque unos
momentos después.
Lo que pasó después era digno de la sección policial de las
noticias. Los jóvenes trataron de asaltar a la pareja. Él les entregó la
billetera y su celular, ella hizo lo mismo, se tomaron de la mano asustados.
Los chicos no quedaron conformes con eso. Querían el anillo.
La chica retrocedió asustada, sin soltarse de la mano de él,
quien murmuró “dáselos, no importa.” Ella no pudo reaccionar, y los chicos
reaccionaron por ella.
Entre dos la agarraron por los hombros. Mientras que otros
tres lo sostuvieron a él. Ellos no se soltaban de la mano. Ella gritaba su
nombre, él le pedía tranquilidad mientras luchaba por zafarse de sus captores “calma,
mi amor.”
Los chicos que la sostenían la lanzaron al suelo y le
agarraron la mano izquierda, ella se defendía con sus uñas y los pateaba, pero
pocas de sus patadas lograron su cometido. Uno de los chicos sacó una “mariposa”
y empezó a cortar el pelo de la muchacha, no sin hacerle cortes en la cara y
brazos por la forma en la que ella se debatía.
Por su lado él era golpeado por los otros tres, pero seguía
gritándole a ella que estuviera tranquila, mientras les rogaba a ellos que no
le hicieran nada, que se llevaran todo lo que quisieran, pero que no le
hicieran nada.
Después de la golpiza que les dieron, el que parecía líder de
los muchachos, se desabrochó el cinturón y gritó a los otros para que le
quitaran los pantalones a ella, “me falta algo por llevarme,” dijo mirándolo a
él.
Ella volvió a revolverse con violencia, presa del miedo. Él
se levantó escupiendo sangre y se lanzó sobre el muchacho. Se revolcaron por el
suelo del parque y forcejearon unos momentos sin que ninguno de los otros
interviniera. De pronto él profirió un agudo grito de bestia herida y cayó
pesadamente sobre el muchacho, quien lo apartó rápidamente y se arrastró lejos
de él.
El chico se levantó y gritó a sus camaradas que debían
marcharse de allí. Los otros se alejaron de la chica y corrieron a reunirse con
quien daba las órdenes.
Él seguía tendido de costado en el piso, tal como había
quedado cuando el chico se lo quitó de encima, la chica se acercó arrastrándose
y llamándolo suavemente. Primero le tocó un hombro con la mano temblorosa, y
luego lo abrazó por la espalda. Estaba vivo.
Cuando pudo voltear a su amado, se percató de que una
cuchilla estaba clavada en su pecho, y de que respiraba pesadamente. Ella lo miraba con ternura, pero asustada de
lo que podía pasar de ahora en adelante.
-Mi… amor…- dijo él entrecortadamente.
-Shhhh,- lo calló ella, -tranquilo, no hables-
Él cerró los ojos y lágrimas corrieron por sus mejillas,
volvió a abrirlos y la miró con dulzura, inspiró ruidosamente y le dijo con voz
temblorosa –perdón por dejarte solita-
Ella comenzó a llorar en silencio, mientras le acariciaba la
mejilla, sus propias heridas ya no le dolían, sólo quería que el tiempo se
parara para que la vida de él no se apagara.
-¡No!- le gritó –No me dejes sola… ¡Ayuda! ¡Ayuda por
favor!- gritó hacia la oscuridad de la calle.
Lo zamarreó, pero él respiraba cada vez más lentamente,
acercó sus labios a los suyos y los apretó en un beso casi frío. Fue así que
recibió su último aliento. Él murió con sus labios pegados a los de ella, y
acobijado entre sus brazos. Ella vivió para verlo morir.
Varias personas se acercaron al lugar por los gritos de la
chica, y la encontraron aún abrazada a su amado, pero ya desvanecida.
Al día siguiente despertó en una cama de hospital, a su lado
estaba su hermana con los ojos enrojecidos y acariciándole la mano. Apenas la
vio, recordó todo y quiso gritar, pero no le salía la voz.
Todo lo que ocurrió después vino como una ráfaga. La familia
de él entro diplomáticamente a pedirle las llaves del departamento, y a
avisarle que tenía una semana para sacar sus cosas de allí. El inmueble estaba
a nombre de él y como no estaban casados nada le pertenecía.
A la semana la dejaron salir del hospital. En sus manos
llevaba una cajita plateada. Una prima de él la había venido a ver trayéndole
un poco de las cenizas de su amado, y ella la apretaba contra su pecho.
Sabiendo que él no la dejaría nunca.
Cuando recobró la conciencia, estaba recostada en el sillón
donde su hermana la había tendido. Comprendió que no le quedaba nada por hacer
en ese lugar, se abrazó al pecho de su hermana, y lloró con amargura.
Durante la tarde llenó un bolso con sus pertenencias, y se
aprestó a salir de ese lugar. Quedaron varias cajas con sus libros. En los
brazos llevaba la cajita plateada y una de sus camisas, la que se había quitado
antes de salir a celebrar, la que llevaba su olor.
Cerró la puerta tras de sí, y cerró los ojos. Sus labios se
movieron articulando un “adiós” que no resonó en ninguna parte.